Brujos, cultores de una magia primitiva, apenas
diferente a la bestialidad de un impulso
esencial de sangre y saliva en su fibra más intima.
Hechiceros, adoradores de lo instintivo de mirar, de pensar con lo táctil, predecir la suavidad,
la textura... el sabor de una turgencia entre comisuras.
Magos, adictos a la fiebre, al rubor de la cercanía de un susurro sobre los hombros.
Celebrantes de un ritual de erecciones, de escalofríos haciendo estelas de deseo
señalando vías inquietas, donde las manos despliegan el furor erógeno de piel erizada.
Artistas de las caricias más descontroladas, de los roces más profundos que llegan en
penetraciones de pasión creciente.
Alquimistas de los gemidos hasta el susurro, entre el calor que se disipa en respiraciones
cada vez menos agitadas.
(Tu piel es el último sueño)
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